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  Locke biografia pensamiento 28-04-2025 13:00 (UTC)
   
 

 

JOHN LOCKE

Tomado el 20-01-2010 de Web: biografiasyvidas.com. Web: luventicus.org/articulos/. Web: webdiancia.com

Epistemólogo inglés (Wrington, Somerset, agosto 29, 1632 - Oaks, Essex, 27 de octubre, 1704).

Este hombre polifacético estudió en la Universidad de Oxford, en donde se doctoró en 1658. Aunque su especialidad era la Medicina y mantuvo relaciones con reputados científicos de la época (como Isaac Newton), John Locke fue también diplomático, teólogo, economista, profesor de griego antiguo y de retórica, y alcanzó renombre por sus escritos filosóficos, en los que sentó las bases del pensamiento político liberal.

Locke se acercó a tales ideas como médico y secretario que fue del conde de Shaftesbury, líder del partido Whig, adversario del absolutismo monárquico en la Inglaterra de Carlos II y de Jacobo II. Convertido a la defensa del poder parlamentario, el propio Locke fue perseguido y tuvo que refugiarse en Holanda, de donde regresó tras el triunfo de la “Gloriosa Revolución” inglesa de 1688.

En el ámbito de la Política Teórica, Locke partía de una visión mucho más optimista que la de Hobbes respecto del estado de naturaleza. Sostiene que hay una ley natural que rige a la Naturaleza y la humanidad y que es para éste ley moral, a la que puede acceder por la razón. Esta ley consagra la vida, la libertad y la propiedad.

En el estado de naturaleza ya existe esta ley y el ser humano, como ser razonable, la conoce. Pero la ausencia de una autoridad superior impide garantizar que los derechos y deberes que la ley natural prescribe sean respetados por todos.

Locke considera que el derecho cuyo respeto es más difícil que se dé en el estado de naturaleza es el de propiedad. Para defender estos derechos surge la sociedad, el derecho y la autoridad. La sociedad, a través de su ordenamiento jurídico, tiene su razón de ser en el garantizar la vida, la libertad y la propiedad de los individuos. La sociedad nace del consentimiento (contrato social) de los individuos que buscan proteger sus derechos naturales a la vida, a la libertad y a la propiedad. Pero el poder político, que los individuos ceden al Estado cuando éste nace, puede siempre ser reasumido por ellos.

El Estado no tiene otro fin que el de velar por los individuos, por su bienestar y su propiedad, la cual no tiene derecho a enajenar. Y para amparar al individuo de una potencial exacerbación del poder estatal, Locke propugna la división equilibrada del poder político en legislativo y ejecutivo.

Locke fue uno de los grandes ideólogos de las elites protestantes inglesas que, agrupadas en torno a los whigs, llegaron a controlar el Estado en virtud de aquella revolución; y, en consecuencia, su pensamiento ha ejercido una influencia decisiva sobre la constitución política del Reino Unido hasta la actualidad. Defendió la tolerancia religiosa hacia todas las sectas protestantes e incluso a las religiones no cristianas; pero el carácter interesado y parcial de su liberalismo quedó de manifiesto al excluir del derecho a la tolerancia tanto a los ateos como a los católicos (siendo el enfrentamiento de estos últimos con los protestantes la clave de los conflictos religiosos que venían desangrando a las islas Británicas y a Europa entera).

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John Locke

En su obra más trascendente, Dos ensayos sobre el gobierno civil (1690), sentó los principios básicos del constitucionalismo liberal, al postular que toda persona nace dotada de unos derechos naturales que el Estado tiene como misión proteger: fundamentalmente, la vida, la libertad y la propiedad. Partiendo del pensamiento de Hobbes, Locke apoyó la idea de que el Estado nace de un «contrato social» originario, rechazando la doctrina tradicional del origen divino del poder; pero, a diferencia de Hobbes, argumentó que dicho pacto no conducía a la monarquía absoluta, sino que era revocable y sólo podía conducir a un gobierno limitado.

La autoridad de los Estados resultaba de la voluntad de los ciudadanos, que quedarían desligados del deber de obediencia en cuanto sus gobernantes conculcaran esos derechos naturales inalienables. El pueblo no sólo tendría así el derecho de modificar el poder legislativo según su criterio (idea de donde proviene la práctica de las elecciones periódicas en los Estados liberales), sino también la de derrocar a los gobernantes deslegitimados por un ejercicio tiránico del poder (idea en la que se apoyaron Jefferson y los revolucionarios norteamericanos para rebelarse contra Gran Bretaña en 1776, así como los revolucionarios franceses para alzarse contra el absolutismo de Luis XVI en 1789).

Locke defendió la separación de poderes como forma de equilibrarlos entre sí e impedir que ninguno degenerara hacia el despotismo, pero, al inclinarse por la supremacía de un poder legislativo representativo de la mayoría, se le puede considerar también un teórico de la democracia, hacia la que acabarían evolucionando los regímenes liberales. Por legítimo que fuera, sin embargo, ningún poder debería sobrepasar determinados límites (de ahí la idea de ponerlos por escrito en una Constitución).

Este tipo de ideas inspiraron al liberalismo anglosajón (reflejándose puntualmente en las Constituciones de Gran Bretaña y Estados Unidos) e, indirectamente, también al del resto del mundo (a través de ilustrados franceses como Montesquieu, Voltaire).

Sus dos obras más importantes, Ensayo sobre el entendimiento humano y Dos tratados sobre el gobierno civil, fueron publicadas en 1690. A sus últimos años en Inglaterra corresponden Pensamiento sobre la educación (1693) y La razonabilidad del cristianismo (1695).

Locke, al igual que Descartes y la mayoría de los filósofos modernos, prestó una especial atención al problema del origen y fundamento del conocimiento. Coincidía con Descartes en que el objeto de conocimiento no son las cosas sino las ideas (“lo que constituye en nuestra mente el objeto del entendimiento”) pero, a diferencia de aquél, sostenía que las ideas provienen solamente de la experiencia. Rechazaba las "ideas innatas" cartesianas y afirmaba que, antes de la experiencia, el entendimiento se encuentra vacío como una hoja en blanco o como una tabla rasa. No hay ideas innatas ni en el plano teorético ni en el práctico o moral. Las cualidades sensibles de los objetos son transmitidas a la mente a través de los sentidos. Ésta es la primera fuente del conocimiento, la sensación o experiencia externa. La segunda fuente del conocimiento es la reflexión, o experiencia interna, que es la percepción que la mente tiene de su propia actividad mental.

Locke clasifica a las ideas en simples y complejas. Tanto la sensación o experiencia externa como la reflexión o experiencia interna nos brindan, en primer lugar, ideas simples, ante las cuales el intelecto se encuentra pasivo. Estas ideas simples son la materia prima de nuestro saber. Pero la mente puede combinarlas, relacionarlas o agruparlas, originando ideas complejas. El entendimiento no tiene la capacidad para inventar o crear ni tan siquiera una idea. Se limita a relacionar de los modos más diversos las ideas simples. Según sostenía Locke, se parece mucho “el dominio del hombre en este pequeño mundo de su propio conocimiento al que ejerce en el gran mundo de las cosas visibles, en el cual su poder, bien que empleado con arte y astucia, no va más allá de componer y dividir los materiales ya hechos y al alcance de su mano; pero no es capaz de nada para hacer la más mínima partícula de nueva materia o a destruir un átomo de lo que está ya en la existencia”.

Desde esta concepción, la idea de substancia es el soporte de un conjunto de cualidades o accidentes. De todos modos Locke, poco amigo de las posturas extremas, no niega la existencia ni de la substancia de las cosas materiales —cuyas ideas simples conocemos a través de la sensación— ni de la substancia de nuestra vida interior (el espíritu) —cuyas ideas simples poseemos por reflexión— pero afirma que de ellas tenemos sólo una idea confusa y oscura. 

En la formación de ideas complejas, la actividad más importante es la abstracción. Mediante ella se separa una idea, o un conjunto de ideas, de las otras que la acompañan en su existencia real. Surgen de este modo las ideas universales que representan a muchísimas cosas particulares. De no haber abstracción, cada cosa, cada combinación de ideas simples, debería recibir un nombre particular y esto sería imposible, inviable para el entendimiento. “Así, habiendo sido observado hoy el mismo color en el yeso o en la nieve que la mente ayer recibió de la leche, considera que aquella apariencia sola lo hace representativo para todos los de ese género, y habiéndole dado el nombre de blancura, con tal sonido significa la misma cualidad dondequiera que se pueda imaginar o encontrar, y de este modo se hacen universales, tanto las ideas como los términos.” Esta abstracción no es, como la aristotélico-tomista, una captación de las esencias de las cosas, no tiene valor metafísico; se limita a operar con apariencias cumpliendo una función simplificadora de suma utilidad y escaso alcance para el conocimiento.

Locke no cae en un inmanentismo gnoseológico (Ver nota 1), ya que supone que nuestras ideas son copias de los objetos extra-mentales. E incluso reconoce la posibilidad de demostrar la existencia de Dios a través de las vías cosmológica y teleológica. Pero, si bien su equilibrio lo aleja de todo rechazo extremo de la filosofía anterior, haciéndolo mantener cierto realismo y hablar de "substancia" y de las ideas como copias de las cosas, es innegable que su filosofía constituye un avance en la dirección que va del objetivismo al subjetivismo y un preanuncio del psicologismo de David Hume.

Las ideas representan las cosas y las palabras son signos que expresan las ideas, y no las cosas. Al igual que las ideas, las palabras son en su mayoría generales. Los conceptos generales están referidos a las ideas abstractas, que no corresponden a esencias realmente presentes en las cosas (como en Aristóteles) sino a los nombres con que identificamos ciertos rasgos comunes a un conjunto de objetos particulares. Sólo existe lo particular, las ideas universales existen sólo en la mente y son generadas por el entendimiento.

 

 

 

 

FILOSOFÍA DE JOHN LOCKE

1. Introducción. La crítica del innatismo

Pese al predominio de la filosofía escolástica, de raíz aristotélica, en Oxford, en la época en la que Locke cursó allí sus estudios, las influencias más marcadas que podemos encontrar en su pensamiento le ligan más a la reacción anti-aristotélica de los filósofos renacentistas y a la filosofía "empirista" de Francis Bacon, que a sus propios maestros. Hay que tener en cuenta, además, la influencia de Descartes y, aún en mayor medida, la de Gassendi; pero también el carácter antidogmático y "experimental" de la física y la química nacientes, (Locke entabló relaciones amistosas con R. Boyle y su círculo de amistades), así como de la medicina (con T. Sydenham). Por lo que respecta a su pensamiento político, Locke es considerado el principal teórico del liberalismo moderno, teoría política que se identifica con los intereses político-económicos de la burguesía, en expansión, de la época, en cuya lucha contra el absolutismo monárquico participó activamente.

La filosofía de Locke se expone en un lenguaje sencillo, alejado de los tecnicismos de la escolástica, aunque no exento de dificultades, dado el distinto significado que atribuye, en distintos pasajes, a términos y expresiones fundamentales en su pensamiento. La filosofía de Locke es considerada "empirista" en el sentido en que Locke afirma que la experiencia es la fuente y el límite de nuestros conocimientos. No se trata sólo de reconocer el valor de la experiencia en el conocimiento, cosa que ya habían tenido en cuenta otros filósofos, sino de considerar la experiencia como legitimadora y limitadora del mismo, afirmación que sólo podrá surgir del análisis detallado del conocimiento humano. En este sentido, es el primer filósofo que considera que el análisis del conocimiento es la primera actividad necesaria del filósofo, a fin de determinar bajo qué condiciones es posible decir algo verdadero, superando así los discursos "dialécticos" de los escolásticos, que podrían reducirse a un mero juego de palabras sin sentido alguno. Esta tarea la emprenderá en su obra "Ensayo sobre el entendimiento humano" donde quedarán fijadas las posiciones fundamentales de su filosofía empirista.

En el "Ensayo" Locke se propone determinar qué tipo de conocimientos están al alcance de nuestro entendimiento y cuáles no, analizando también el origen y certeza de los mismos. El "Ensayo" está dividido en cuatro libros. En el primero, ("No existen principios ni ideas innatas"), negará la existencia de ideas innatas, dejando sólo abierta la posibilidad de que las ideas procedan de la experiencia. En el segundo, ("Sobre las ideas"), estudia el origen y naturaleza de nuestras ideas, estableciendo su relación con la experiencia. En el tercero, ("De las palabras"), analiza la relación entre pensamiento y lenguaje, a partir de la crítica de la idea de "sustancia". En el cuarto, ("Acerca del conocimiento y la probabilidad"), estudia los tipos de conocimiento y fija los límites y las diferencias entre conocimiento y opinión.

La crítica del innatismo

Por innatismo se entiende, en términos generales, la afirmación de que en el ser humano existen, desde su nacimiento, determinadas ideas o principios (de conocimiento o morales) que se encuentran, por lo tanto, en la propia naturaleza humana antes de toda experiencia. En este sentido, Platón afirma el innatismo en su teoría de la reminiscencia, innatismo que se continua en la agustiniana doctrina de la iluminación divina y, posteriormente, en Marsilio Ficino, quien lo transmitirá a los llamados platónicos de Cambridge, (entre los que se contaba Herbert de Cherbury), que insistirán en el carácter innato de las verdades religiosas y morales.

Con Descartes el innatismo se convierte en una teoría sobre la forma o estructura de la actividad del espíritu, que abrirá las puertas a la consideración del a priori kantiano. La crítica de Locke al innatismo, de todos modos, es lo suficientemente general como para poder incluir en ella a todos los defensores del innatismo, sin que quepa precisar si tenían in mente a Herbert de Cherbury y a los platónicos de Cambridge, o a Descartes, o a cualquier otro filósofo o escuela.

La crítica de Locke al innatismo se centrará en demostrar la falsedad de la afirmación de que existe un consenso universal según el cual todos los seres humanos están de acuerdo en la existencia de determinados principios especulativos y morales, de donde se seguiría que tales principios, (la idea de Dios, el principio de no contradicción, los principios morales), sería innatos. En su crítica Locke apelará a la experiencia para ir mostrando cómo no existe tal consenso universal, en absoluto, y que lo que se considera principios comunes no tienen nada de tales, si atendemos a lo que unos y otros dicen entender por los mismos. Tomemos la idea de Dios, dice Locke. Hay pueblos en los que tal idea no existe, y en aquellos en los que existe hay concepciones totalmente distintas, y muchas de ellas disparatadas y ridículas, con respecto a la divinidad, lo que no podría ocurrir si la idea de Dios fuera innata. Pero ocurre: luego la idea de Dios no puede ser innata.

Lo mismo sucede si analizamos los principios especulativos, supuestamente innatos: los niños, los idiotas, y quienes no hayan tenido la oportunidad de aprenderlos, carecen por completo de tales principios. Son muchas las personas iletradas, en la sociedad europea, que llegan a la edad adulta sin tener la menor noción de tales principios; y en las tribus de América rara vez se pueden encontrar tales principios especulativos entre sus habitantes. Por ello, tales principios especulativos, (identidad, no contradicción), no pueden ser innatos.

Si analizamos el ámbito de la moralidad encontramos un panorama similar respecto a los principios morales innatos. Lo más que podemos observar son tendencias naturales hacia ciertas formas de comportamiento, pero eso no son ideas innatas de los principios morales. Por lo demás, añade Locke: "las reglas morales requieren prueba, ergo, no son innatas. Otro motivo que me hace dudar de la existencia de principios prácticos innatos es que no creo que pueda proponerse una sola regla moral sin que alguien tenga el derecho de exigir su razón", Ensayo, I, c.3).

Lo que observamos es una total disparidad de conductas, dentro de la misma sociedad, disparidad que aumenta si la comparamos con la de otras sociedades y otras épocas históricas, lo que basta para probar que no existen tales principios morales innatos, ya que si éstos existieran no podríamos encontrar tal disparidad en las acciones humanas. Pero no sólo observamos disparidad, sino, con frecuencia, la más absoluta falta de moralidad:

"Basta observar a un ejército entrando a saco a una ciudad para ver qué observancia, qué sentido de principios morales, o qué conciencia se muestra por todos los desmanes que se cometen" (Ensayo, I, c.3).

¿Podrían tales ideas innatas encontrarse en nosotros no de forma actual, sino virtual? Tal afirmación carecería de sentido: por supuesto que estamos en condiciones de aprender en el futuro un principio matemático, por ejemplo, pero es absurdo decir que tal principio está en nosotros de una forma virtualmente innata: no tiene sentido alguno afirmar que la mente posee una idea o principio mientras no esté realmente en nuestro pensamiento.

2. Origen y clasificación de las ideas

Locke entiende por idea, al igual que Descartes, todo contenido mental. Si no puede haber ideas innatas, y parece innegable que poseemos contenidos mentales a los que llamamos ideas ¿de dónde proceden tales ideas? Sólo pueden proceder de la experiencia nos dice Locke. La mente es como una hoja en blanco sobre la que la experiencia va grabando sus propios caracteres: todos nuestros conocimientos proceden de la experiencia o derivan, en última instancia, de ella.

Podemos distinguir dos tipos de experiencia. Una experiencia "externa", que nos afecta por vía de la sensación, y una experiencia "interna", que lo hace mediante la reflexión. La sensación y la reflexión son, pues, las dos formas de experiencia de las que derivan todas nuestras ideas.

"Supongamos, entonces, que la mente sea, como se dice, un papel en blanco, limpio de toda inscripción, sin ninguna idea. ¿Cómo llega a tenerlas? ¿De dónde se hace la mente con ese prodigioso cúmulo, que la activa e ilimitada imaginación del hombre ha pintado en ella, en una variedad casi infinita? ¿De dónde saca todo ese material de la razón y del conocimiento? A esto contesto con una sola palabra: de la experiencia; he allí el fundamento de todo nuestro conocimiento, y de allí es de donde en última instancia se deriva. Las observaciones que hacemos acerca de los objetos sensibles externos o acerca de las operaciones internas de nuestra mente, que percibimos, y sobre las cuales reflexionamos nosotros mismos, es lo que provee a nuestro entendimiento de todos los materiales del pensar. Esta son las dos fuentes del conocimiento de donde dimanan todas las ideas que tenemos o que podamos naturalmente tener." (Ensayo, II, C.1)

La sensación es la principal fuente de las ideas. Los sentidos "transmiten a la mente", dice Locke, distintas percepciones, según el modo en que los objetos les afectan (colores, olores, movimiento, figura, etc.) produciendo en ella las ideas correspondientes. La reflexión, aunque no tan desarrollada y generalizada como la sensación, nos permite tener experiencia de nuestras actividades mentales (percepción, pensamiento, memoria, voluntad, etc.) lo que da lugar también a la creación de las ideas correspondientes. Pero además, la combinación de la sensación y la reflexión pueden dar lugar a la creación de nuevas ideas, como las de existencia, placer y dolor, por ejemplo.

Las ideas pueden ser simples y complejas. Las ideas simples son recibidas por la mente directamente de la experiencia (sensación o reflexión) de forma enteramente pasiva, y pueden ser consideradas los "átomos de la percepción", a partir de los cuales se constituyen todos los demás elementos del conocimiento. Las ideas complejas, aunque derivan de la experiencia, son formadas por la mente al combinar ideas simples, por lo que ésta adquiere un papel activo en la producción de tales ideas complejas (como las ideas de belleza, gratitud, universo, etc.). Las ideas complejas puede ser de tres clases: de modos, de sustancias y de relaciones. Pero todas ellas, por alejadas que puedan parecer de los datos de la experiencia, son elaboradas por la mente a partir de la comparación y la combinación de ideas simples.

"Estas ideas simples, los materiales de todo nuestro conocimiento, le son sugeridas y proporcionadas a la mente por sólo esas dos vías arriba mencionadas, a saber: sensación y reflexión. Una vez que el entendimiento está provisto de esas ideas simples tiene el poder de repetirlas, compararlas y unirlas en una variedad casi infinita, de tal manera que puede formar a su gusto nuevas ideas complejas." (Ensayo, II, C.1)

Las ideas de los modos de ser ("llamo modos a esas ideas complejas que, cualquiera que sea su combinación, no contengan en sí el supuesto de que subsisten por sí mismas, sino que se las considera como dependencias o afecciones de las substancias. Tales son las ideas significadas por las palabras triángulo, gratitud, asesinato, etc.") se clasifican, a su vez, en simples y compuestas (o mixtas). Si combinamos una idea consigo misma tenemos una idea compleja de modo simple como, por ejemplo, la idea de tres, que resulta de combinar la idea de 1 tres veces consigo misma. Pero si combinamos ideas distintas obtenemos una idea compleja de modo mixto (o compuesta), como ocurre con las ideas de belleza, deber, hipocresía... Las ideas complejas pueden corresponderse con la realidad o no, ya que la mente puede combinar las ideas arbitrariamente, dando lugar a combinaciones que no necesariamente tiene que corresponderse con algo real.

Cualidades primarias y secundarias

En el capítulo titulado "Algunas otras consideraciones sobre nuestras ideas simples", antes de hablar más ampliamente de las ideas complejas, nos propone Locke la distinción entre las ideas y las cualidades, primero, y posteriormente la distinción entre las cualidades primarias y las secundarias.

"Llamo idea a todo lo que la mente percibe en sí misma o es objeto inmediato de percepción, pensamiento o conocimiento; y llamo cualidad del sujeto en que radica una tal capacidad a la capacidad de producir alguna idea en nuestra mente". (Ensayo, 2, 8, 8; p. 169)

Las ideas son, pues, sensaciones o percepciones; mientras que las cualidades son "capacidades del objeto" para producir en nosotros alguna idea. Veamos el ejemplo que utiliza Locke para introducirnos en dicha distinción: "Así, una bola de nieve tiene el poder de producir en nosotros las ideas de blanco, frío y redondo; a esos poderes de producir en nosotros esas ideas, en cuanto que están en la bola de nieve, los llamo cualidades; y en cuanto son sensaciones o percepciones en nuestro entendimiento, los llamo ideas; de las cuales ideas, si algunas veces hablo como estando en las cosas mismas, quiero que se entienda que me refiero a esas cualidades en los objetos que producen esas ideas en nosotros". (Ensayo, II, C.8)

Pero podemos distinguir aún dos tipos de cualidades: las primarias y las secundarias. Las primarias "están" en los objetos, mientras que las secundarias "no están" en los objetos, y actúan por medio de las cualidades primarias. En un objeto podemos encontrar determinadas "cualidades", como la solidez, la extensión, la forma, y otras distintas de éstas, como los colores, el gusto, el sonido y el olor. Ahora bien, mientras las ideas de solidez, extensión y forma son "imágenes" de los objetos y guardan una semejanza con ellos, las ideas de color, gusto, sonido, olor, no se puede decir que sean "imágenes" de los cuerpos y carecen de toda semejanza con ellos; la idea de "solidez" imita al objeto que produce tal idea, pero la idea de color no "copia " el color del objeto mismo.

Locke considera, pues, que las cualidades primarias reproducen algo que está en el objeto, mientras que las secundarias no, por lo que las primarias serían "objetivas" y las secundarias "subjetivas", siguiendo la distinción adoptada ya anteriormente por Galileo y Descartes, y que ya había sido tenida en consideración en la antigüedad por Demócrito de Abdera. Las ideas de cualidades primarias, al representar algo que está en el objeto, son válidas para progresar en reconocimiento objetivo, mientras que las cualidades secundarias, al "no estar" en los objetos, no lo son, por lo que las inferencias o deducciones que podamos extraer de ellas no tienen valor cognoscitivo, valor objetivo.

3. La idea de sustancia y las ideas de relaciones

La idea de sustancia

Las ideas de cualidades se presentan a nuestra mente formando grupos en los que suelen aparecer cualidades primarias y secundarias asociadas a la misma experiencia, con pequeñas variaciones, según los momentos, lugares y circunstancias en que tales experiencias se produzcan. Cómo no podemos concebir el modo en que tales ideas puedan subsistir por sí mismas, suponemos existencia de algo, de un sustrato que les sirva de soporte, al que llamamos "sustancia".

"...al no imaginarnos de qué manera puedan subsistir por sí mismas esas ideas simples, nos acostumbramos a suponer algún substratum donde subsistan y de donde resultan; el cual, por lo tanto, llamamos substancia" (Ensayo, II, 23)

Ello no quiere decir, sin embargo, que Locke considere que la idea general de sustancia es un simple producto de la imaginación y no tenga existencia real. La idea general de sustancia es el resultado de una inferencia, realizada a partir de la existencia de cualidades que "necesitan" un soporte en el que existir, soporte que permanece desconocido para nosotros, pero cuya existencia y realidad queda suficientemente probada, según Locke, con dicha inferencia, aunque tal idea de "sustancia" no sea ni clara ni distinta.

Junto a la idea general de sustancia encontramos las ideas de sustancias particulares, que resultan de la combinación de ideas simples, mediante las que nos referimos a las cosas particulares como siendo sustancias. Así, por ejemplo, la combinación de ideas simples (forma, tamaño, color, etc.) que hallamos en la experiencia la designamos con nombre ("árbol", "mesa", "cosa"...) con el que nos referimos a tal combinación como a una "sustancia".

Dado que las ideas simples proceden de la experiencia (de sensación o de reflexión) la idea de sustancia remite a un sustrato material, por lo que resultaría difícil poder hablar de "sustancias espirituales", a menos que añadiésemos la idea de "pensante" a la idea de sustancia, convirtiéndose así la sustancia en una "sustancial espiritual", modo en el que obtenemos también a la idea de Dios, "a partir de ideas simples que obtenemos por reflexión" (Ensayo, 2, 23).

"la sensación nos convence de que hay unas substancias sólidas extensas, y la reflexión de que hay unas substancias pensantes. La experiencia nos asegura de la existencia de tales seres, y de que el uno tiene la potencia de mover al cuerpo por impulso, y el otro, por pensamiento" (Ensayo, II, 23)

Las ideas de relaciones

Además de las ideas de modos y de sustancias, tenemos ideas de relaciones, que resultan de referir una cosa a otra, o de comparar dos cosas entre sí, bien dándole un nombre a una de las cosas, o a ambas, (distinto al que tiene fuera de dicha comparación), o a la idea misma de la comparación establecida entre ellas. La relación, no obstante, no forma parte del existencia "real" de las cosas, sino que es algo sobreinducido, aunque no pueda ser contraria a la naturaleza de las cosas entre las que se da dicha relación, de lo que parece seguirse que las ideas de relaciones son puramente mentales.

Entre estas ideas están las ideas de causalidad e identidad. Respecto a la idea de causalidad, Locke entiende por causa aquello que produce una idea (simple o compleja) y por efecto, lo producido. ("Aquello que produce cualquier idea simple o compleja lo denotamos por el nombre general de causa; y aquello que es producido por el nombre de efecto", Ensayo, II, 26). Tanto la noción de causa como la de efecto proceden de la experiencia, es decir, de ideas recibidas por sensación o por reflexión; aunque la idea de causalidad, al ser una relación, es un producto de la mente, tienen, no obstante, un fundamento real en la capacidad que tienen la sustancias de afectar a otras, produciendo ideas en nuestra mente. La mejor prueba de tal capacidad no la encuentra Locke, sin embargo, en la experiencia externa, sino en la interna, donde podemos experimentar la capacidad de nuestra volición para comenzar, reprimir, continuar o finalizar actos de nuestra mente y/o de nuestro cuerpo.

No queda claro en la explicación de Locke, sin embargo, cómo la mente es capaz de captar la conexión necesaria entre la causa y el efecto, a no ser mediante el recurso a una certeza de la intuición, más cercana al racionalismo cartesiano que a los postulados empiristas de su propia filosofía, con los que resulta difícilmente conciliable tal explicación. No obstante, está convencido de la necesidad de ese nexo entre la causa y el efecto manteniéndose, en este punto, de acuerdo con uno de los postulados básicos de la metafísica tradicional.

En cuanto a la idea de identidad, remite a la existencia de algo en el mismo espacio y tiempo, existencia que debe ser continuada en el caso de los seres orgánicos, como el ser humano, en los que distintas células nacen y mueren constantemente, pudiendo entonces hablar del "mismos" ser cuando se produce una continuidad corporal, por lo que la idea de identidad procede totalmente del experiencia. ¿Qué ocurre entonces con los seres orgánicos pensantes? La identidad personal queda entonces identificada con la identidad de la conciencia, ("...en el tener conciencia reside la identidad personal", Ensayo, II, 27), que es inseparable del pensamiento. Si en dos momentos distintos tuviésemos dos conciencias distintas e inconmensurables entre sí, tendríamos que hablar de dos identidades, como ocurre cuando una persona cuerda pierde la razón, y como prueba la experiencia, ya que no atribuimos las acciones del cuerdo al loco y viceversa, sino que las consideramos realizadas por dos personas distintas

4. El lenguaje. Los términos universales

Tras haber explicado el origen y las clases de ideas y antes de analizar el conocimiento que podemos obtener con ellas, Locke analizará el lenguaje, dado que las ideas se expresan con palabras, mediante las que, además, nos comunicamos con los otros seres humanos.

Las palabras son signos convencionales, por lo que su significado no es natural, sino producto de una convención; Las palabras representan ideas y éstas, a su vez, siendo objetos inmediatos del pensamiento, representan cosas o signos de cosas, en gran número de ocasiones. Las ideas que son producidas por las cosas (ya sabemos que hay otras ideas que son meros productos mentales), las podemos considerar como signos naturales, de modo que la idea de "perro" es la misma en todos los seres humanos, pero la palabra con la que representamos esa idea, no lo es ("perro", en castellano, "chien", en francés, "dog", en inglés), de modo que parece que el mismo pensamiento lo podemos expresar mediante distintos lenguajes.

Ese carácter representativo de ideas que tiene el lenguaje no está exento, sin embargo, de errores e imprecisiones, ya que en muchas ocasiones resulta difícil asegurarse de que quienes utilizan la misma palabra tienen "in mente" el mismo significado; menos aún cuando se trata de ideas complejas de difícil comprensión y asimilación, lo que resulta prácticamente inevitable.

"Aunque, hablando con propiedad, la verdad y la falsedad sólo pertenecen a las proposiciones, sin embargo, frecuentemente se dice de las ideas que son verdaderas o falsas, porque ¿qué palabras hay que no se usen con gran lasitud, y con alguna desviación de su significación estricta y propia?..." (Ensayo, II, C. 32)

"...todo hombre tiene una tan inviolable libertad de hacer que las palabras signifiquen las ideas que mejor le parezcan, que nadie tiene el poder de lograr que otros tengan en sus mentes las mismas ideas que las que él tiene, cuando usan las mismas palabras que él usa." (Ensayo, III, C. 2)

Además podemos "crear" palabras que no tengan significado alguno, o que remitan a ideas confusas (como las utilizadas por los escolásticos y metafísicos, dice Locke), o utilizarlas abusivamente dándoles significados distintos en el transcurso de una discusión, o "cosificarlas" (identificando así ilegítimamente la estructura del lenguaje con la de la realidad), por recurrir simplemente a la elocuencia y la retórica, por lo que estos usos del lenguaje nos alejan de un discurso crítico y coherente, que añade una dificultad más al empeño puesto en la búsqueda de conocimientos objetivos. Para compensar estas dificultades Locke propone un estudio crítico del lenguaje, estudio que no será realizado en profundidad, como sabemos, hasta el siglo XX.

Lo que si hace Locke es analizar el origen, significado y uso de los términos generales o universales, de los conceptos "abstractos", de los que hacemos un uso tan constante en el lenguaje habitual y en el filosófico. Dado que todo ente es particular ¿de dónde proceden los términos universales, generales?

"Las palabras se convierten en generales al hacerse de ellas signos de ideas generales, y las ideas se convierten en generales cuando se les suprimen las circunstancias de tiempo y de lugar y cualesquiera otras ideas que puedan determinarlas a tal o cual existencia particular." (...) "lo general y lo universal no pertenecen a la existencia real de las cosas, sino que son invenciones y criaturas del entendimiento, fabricadas por él para su propio uso." (Ensayo, III, C.3)

A través de la experiencia entramos en contacto con entidades particulares (vemos un caballo, luego otro, etc) y a raíz de esa sucesión de ideas particulares formamos una idea general, (la idea de "caballo"), tomando las características comunes y dejando al margen los rasgos diferenciadores entre ellos. Al aplicar una palabra ("caballo") a esa "idea general" de caballo así formada, la palabra "caballo" adquiere un carácter universal, al representar una idea universal. Este proceso se puede continuar, formando ideas más universales cada vez, que serán representadas por los términos o palabras correspondientes (mamífero, cuadrúpedo, vertebrado, etc.) ¿Dónde están pues lo universal, lo general? No en las cosas, sino en las ideas y palabras, que son creaciones de nuestra mente. Los términos generales se refieren, pues, no a cosas, sino a clases o grupos de cosas; cuando una entidad concreta se adecua a la idea general en cuestión, se clasifica bajo el nombre con que designamos a esa idea general, a esa clase de objetos. No hay, dice Locke, un fundamento objetivo en tal proceso de construcción de ideas generales y en el de los correspondientes términos generales, por lo que tal proceso nos lleva exclusivamente a captar la "esencia nominal" de las cosas, no su "esencia real", esencia real que, excepto en el caso de las ideas y modos simples, nos permanece totalmente desconocida.

"...esas esencias reales nos son desconocidas. Nuestras facultades no nos conducen, en el conocimiento y distinción de las substancias, más allá de una colección de aquellas ideas sensibles que advertimos en ellas; las cuales colecciones, por más que se formen con la mayor diligencia y exactitud de que seamos capaces, están muy alejadas de la verdadera constitución interna de donde fluyen esas cualidades." (Ensayo, III, C. 6)

Así pues, la pretensión de la metafísica tradicional de que las ideas universales o abstractas nos ofrecían el conocimiento de la "esencia" de las cosas, queda totalmente desautorizada. Conocemos exclusivamente la "esencia nominal", ya que "nuestro intento de distinguir las substancias en especies por medio de nombres no se funda en modo alguno sobre sus esencias reales" (Ensayo, III, C.6)

5. El conocimiento. Niveles y tipos de conocimiento

El análisis del conocimiento

Hemos visto, al hablar del origen y clasificación de las ideas, que las ideas son contenidos mentales, aunque procedan o deriven de la experiencia. Siendo el conocimiento una operación del entendimiento, los objetos inmediatos sobre los que ha de versar serán las ideas (contenidos mentales) y no las cosas. Así, el conocimiento consistirá en ciertas operaciones que realizamos con las ideas, operaciones que se refieren a la capacidad que tenemos de percibir la conexión y el acuerdo o desacuerdo entre ellas. ("El conocimiento es la percepción del acuerdo o desacuerdo de dos ideas", Ensayo, IV, C.I). El entendimiento no puede acceder a las cosas, sino sólo a sus propios contenidos mentales, las ideas El conocimiento, pues, no podrá consistir en el acuerdo o desacuerdo entre las ideas y las cosas, como mantenía la interpretación aristotélica, sino en el acuerdo o desacuerdo de las ideas, es decir, entre los contenidos mentales a los que tiene acceso. Esta posición planteará serios problemas en relación con nuestro conocimiento de la existencia de las cosas, los objetos externos a nuestra mente, especialmente en lo referido a la existencia de Dios. Locke tratará de superar esta dificultad distinguiendo las diversas maneras en que podemos interpretar la noción de acuerdo o desacuerdo entre las ideas. Así, podemos hablar de "acuerdo" en cuatro sentidos.

Cuando nos referimos a la identidad de una idea, de la que de un modo inmediato estamos seguros y no confundimos con otra, como ocurre cuando estamos seguros de que la idea de "blanco" no es la de "rojo".

Podemos hablar también del acuerdo o desacuerdo que hay entre dos ideas, como ocurre en matemáticas, donde podemos determinar la relación o ausencia de relación entre las ideas.

También podemos interpretar el "acuerdo" como coexistencia de una idea con otras, como ocurre cuando nos referimos a una sustancia particular, y estamos seguros de que una característica de esa sustancia (que es una idea compleja) acompaña siempre a los demás características con las que forma la idea compleja de tal sustancia.

Por último se refiere Locke al acuerdo o desacuerdo de la idea de algo con la existencia real de ese algo, con lo que parece aceptar la posibilidad de conocer la relación no sólo entre ideas, sino también entre las ideas y las cosas (lo que exigiría del entendimiento poder ir más allá de los contenidos mentales suministrados por la experiencia, proposición que contradice sus propios principios empiristas).

Niveles o grados de conocimiento

Descartes había propuesto la existencia de dos tipos de conocimiento: el conocimiento intuitivo y el conocimiento deductivo. Inspirado en el modelo del conocimiento matemático, a partir de la intuición de ideas claras indistintas (es decir, de las que no podemos dudar) se abre un proceso deductivo que nos puede llevar al conocimiento de todo cuanto es posible conocer. Pese a sus principios empiristas, Locke aceptara esta clasificación cartesiana, a la que añadirá, no obstante, una tercera forma de conocimiento sensible de la existencia individual.

Locke distinguirá, pues, tres niveles o tipos de conocimiento: el conocimiento intuitivo, el conocimiento demostrativo y el conocimiento sensible.

El conocimiento intuitivo se da cuando percibimos el acuerdo o desacuerdo de las ideas de modo inmediato, a partir de la consideración de tales ideas y sin ningún proceso mediador. ("... a veces la mente percibe de un modo inmediato el acuerdo o desacuerdo de dos ideas por sí solas, sin intervención de ninguna otra; y a esto, creo, puede llamarse conocimiento intuitivo", Ensayo, IV, C.2). Lo que percibimos por intuición no está sometido a ningún género de duda y Locke considera que este tipo de conocimiento es el más claro y seguro que puede alcanzar la mente humana. Como ejemplo más claro de conocimiento intuitivo nos propone Locke el conocimiento de nuestra propia existencia, que no necesita de prueba alguna ni puede ser objeto de demostración, siguiendo claramente la posición cartesiana sobre el carácter intuitivo del conocimiento del "yo". ("Por lo que toca a nuestra propia existencia, la percibimos tan llanamente y con tanta certidumbre, que ni requiere, ni es capaz de prueba alguna, porque nada puede ser para nosotros más evidente que nuestra propia existencia", Ensayo, IV, C.9). Es cierto que Locke no explica con demasiada amplitud las características de ese "yo", pero en todo caso no se está refiriendo al conocimiento de un alma inmortal, sino sólo a una existencia pensante.

El conocimiento demostrativo es el que obtenemos al establecer el acuerdo o desacuerdo entre dos ideas recurriendo a otras que sirven de mediadoras a lo largo de un proceso discursivo en el que cada uno de sus pasos es asimilado a la intuición. El conocimiento demostrativo sería, pues, una serie continua de intuiciones (como lo es el conocimiento deductivo en Descartes) al final de la cual estaríamos en condiciones de demostrar el acuerdo o desacuerdo entre las ideas en cuestión, y se correspondería con el modelo de conocimiento matemático. ("En cada paso que da la razón cuando se trata del conocimiento demostrativo, hay un conocimiento intuitivo acerca del acuerdo o del desacuerdo que busca respecto a la próxima idea intermedia que usa como prueba", Ensayo, IV, C.2). Un conocimiento de este tipo es el que tenemos de la existencia de Dios nos dice Locke. Cualquier demostración ha de partir de algunas certeza intuitiva; en el caso de la demostración del existencia de Dios Locke partirá del conocimiento intuitivo de nuestra propia existencia, recurriendo a otras ideas intermedias, que proceden también de la intuición, que nos permiten demostrar la necesidad de tal existencia. Pero el ejemplo más claro de conocimiento demostrativo es, sin lugar a dudas, el conocimiento matemático, en el que podemos observar el progreso deductivo a partir de un pequeño número de principios que se consideraban, por aquel entonces, evidentes e indemostrables: los postulados o axiomas.

El conocimiento sensible es el conocimiento de las existencias individuales, y es el que tenemos del Sol y demás cosas, por ejemplo, cuando están presentes a la sensación. No deja de resultar sorprendente que Locke añada esta forma de conocimiento a las dos anteriores, a las que considera las dos únicas formas válidas de conocimiento ("al margen de las cuales sólo es posible tener fe u opinión"). Más aún si consideramos que el conocimiento ha de versar sobre ideas, como se ha dicho anteriormente. El conocimiento sensible, sin embargo, nos ofrece el conocimiento de cosas, de existencias individuales, que están más allá de nuestras ideas.

¿Cómo es posible verificar el acuerdo o desacuerdo entre una idea (un contenido mental) y la existencia de lo que suponemos que causa esa idea (algo extramental)? Siguiendo los principios empiristas de Locke resultaría imposible verificar tal acuerdo o desacuerdo, ya que deberíamos ir más allá de las ideas, de la experiencia. Locke se muestra convencido, no obstante, de que las ideas simples están causadas por cosas que actúan sobre la mente para crear tales ideas, por lo que han de poseer similitud o conformidad entre ambas. Y no es posible encontrar otro argumento como justificación de que poseemos un conocimiento sensible sobre las cosas, sobre las existencias particulares.

El problema se agrava si consideramos las ideas complejas, pues en ese caso hay una clara elaboración mental de cuya concordancia con la existencia real "extramental" no podemos tener ni siquiera tal convencimiento, como ocurre en el caso de la sustancias particulares, de las que Locke ya nos había dicho que no podíamos conocer su esencia real. No obstante, Locke considera que sí cabe un conocimiento de su esencia nominal, como hemos visto anteriormente, ya que la idea compleja de sustancia es un haz o agregado de ideas simples que tienen, cada una de ellas, un correlato sensible en la realidad extramental, volviendo así a la argumentación utilizada con las ideas simples y reencontrando la misma dificultad. En todo caso, a pesar de las dificultades, Locke se muestra convencido del existencia real del mundo, de las cosas...

Las demás supuestas formas de "conocimiento" no pasarán de ser una mera probabilidad, ("la probabilidad es la apariencia del acuerdo de las ideas, sobre pruebas falibles"), o serán englobadas en el ámbito de la fe es decir, en lo que no es conocimiento. ("La fe, en cambio, es el asentimiento que otorgamos a cualquier proposición que no esté fundada en deducción racional", Ensayo, IV, C.18).

JOHN LOCKE. Y LA EDUCACIÓN.

Web: contexto-educativo.com.ar, tomado 20-01-2010.

Citas tomadas de Pensamiento sobre la educación (1693) Secciones 9-10

Parte II

¿Quién espera que bajo un tutor el joven se vuelva un crítico eximio, un orador o un lógico, que llegue al fondo de la metafísica, la filosofía natural o las matemáticas, o sea un doctor en historia o cronología? Aunque un poco de cada una de estas materias deben serle impartidas, es sólo para abrir la puerta de modo que mire dentro, como quien inicia una relación, pero no para que se explaye en ellas.

Cuanto antes se lo trate como un hombre, más rápido se volverá uno. Si se admite al joven en conversaciones serias lentamente se elevará su mente por sobre las ocupaciones usuales de la juventud, y esos intereses en los que típicamente pierde el tiempo. Es común observar que muchos jóvenes continúan con sus comportamientos y conversaciones de escolares simplemente porque sus padres los mantienen a distancia y en esa condición merced al trato infantil que les brindan.

No debe ocuparse todo el tiempo en darle lecturas y en dictarle magistralmente aquello que debe observar y respetar. Escucharlo a su debido momento, y acostumbrarlo a razonar sobre lo que se le propone, hará que las reglas le sean más sencillas y se afirmen más sólidamente, y le dará mayor aprecio por el estudio y la instrucción.

Deben mostrársele ejemplos, y solicitar su juicio. Esto abre el entendimiento más que las máximas, no importa qué tan bien se las haya explicado, y afirma las reglas en la memoria a causa de la práctica. Las palabras son, en el mejor de los casos, débiles representaciones, y poco más que la sombra de las cosas.

Que un niño nunca debe ser tolerado ante cualquiera cosa que pida, menos todavía cuando llora, es evidente. Pero corro el peligro de ser malinterpretado y por eso me explicaré. Es apropiado que los niños tengan libertad de pedir a sus padres, y que con toda ternura se los complazca y se los provea, sobre todo cuando son pequeños. Pero una cosa es decir "tengo hambre" y otra "quiero comer carne asada".

La recreación es tan necesaria como el trabajo o la comida. Pero desde que no puede haber recreación sin placer, el cual no depende siempre de la razón sino del capricho, debe permitirse a los niños no sólo divertirse, sino hacerlo a su manera, siempre que sea inocentemente y sin perjuicio para su salud.

En cuanto a la posesión de bienes materiales, enséñese a compartir lo que se tiene, libre y fácilmente con los amigos, y a aprender por experiencia que los más generosos son los que más tienen.

Desde el principio debe educarse a los niños en el aborrecimiento de la matanza o tormento de cualquier criatura viva, y enseñarles a no desperdiciar o destruir nada salvo que sea para preservar algo más noble.

La curiosidad en los niños es un apetito del conocimiento, y debiera ser alimentada no sólo como un buen signo, sino como el gran instrumento que la naturaleza nos ha dado para eliminar la ignorancia en la que nacemos, y sin la cual seríamos criaturas inútiles.

Esto me parece obvio: que los niños odian estar ociosos. Lo que importa entonces es que su humor esté siempre ocupado en algo útil, procurando que lo que tengan que hacer sea para ellos una recreación, y no un trabajo.

Aunque estemos de acuerdo en que los niños deben tener muchos juguetes, pienso que no debería comprársele ninguno. Esto contribuiría a que alejen sus mentes de lo superfluo, volviéndose inquietos y perpetuamente deseosos de obtener algo más, incluso sin saber qué, y a nunca sentirse satisfechos con lo que tienen.

Cuando se lo descubra en la primer mentira, debe reaccionarse como descubriendo algo monstruoso en él, antes que reprocharle una falta ordinaria. Si la repitiese, la siguiente vez deberá ser seriamente reconvenido, y mostrársele que ha caído en desgracia frente a su padre, madre y todos los que lo rodean. Si todavía ésto no lo cura, deberán darse algunos golpes, porque luego de tanta advertencia una mentira premeditada debe ser vista siempre como obstinación, y nunca permitirse que pase sin castigo.

Los niños, temerosos de que sus faltas sean vistas al natural, tratarán, como todos los hijos de Adán, de inventar excusas. Ésta es una falta que orilla la mentira y que lleva a ella, y no debe ser tolerada, sino más bien curada a través de la vergüenza, mucho antes que por la violencia.

Cuando considero cuánto se habla sobre la necesidad de enseñar Latín y Griego, sobre los años que se deben ocupar en ello, y cuánto ruido se hace para nada, se me ocurre que los padres todavía viven temerosos de la vara del maestro, a la que ven como única herramienta educativa, y por eso aceptan estas reglas como si todo en la enseñanza se limitase a ellas. ¿De qué otro modo es posible que un niño sea encadenado a los remos durante siete, ocho o diez de los mejores años de su vida para apropiarse de un idioma o dos, cuando podrían adquirirlos más fácilmente y más rápido si se los enseñase jugando?

Debe instruirse, pero en segundo lugar en importancia, subsidiariamente a la educación en virtudes superiores. Búsquese formar a alguien que discretamente controle sus modales, aliméntese y celébrese todo lo bueno que hay en él, suavemente corríjanse y elimínense las malas inclinaciones, y afírmense los buenos hábitos. Esto es lo principal, y habiéndolo asegurado el aprendizaje vendrá solo.

Los niños no deberían trabajar, ni sus mentes ni cuerpos ocuparse de esto. Si se los fuerza y ata a los libros a una edad naturalmente enemiga de estos menesteres, es seguro que odiarán el estudio por el resto de sus vidas.

La mayor habilidad de un maestro es provocar y mantener la atención de su alumno. En tanto lo logre, puede estar seguro de avanzar tan rápidamente como las habilidades del estudiante lo permitan. Para logarlo, debe hacer que el niño comprenda la utilidad de lo que se le enseña, y hacer que vea que gracias a lo que ha aprendido puede hacer cosas que antes eran imposibles, algo que le da una ventaja sobre los ignorantes. A ésto debe agregar dulzura en todas sus lecciones, y una cierta ternura en su trato, que haga al niño sensible y le muestre que lo ama y que sólo busca su bienestar. Éste es el único modo de ganarse el afecto del niño, a fin de que se aplique al estudio y aprecie lo que se le enseña.

El trabajo del maestro no consiste tanto en enseñar todo lo aprendible, como producir en el discípulo amor y estima por el conocimiento, y ponerlo en el camino correcto para aprender y mejorarse cuando así lo desee.

Nuestro gran asunto es la virtud y la sabiduría: Nullum numen abest si sit Prudentia. Enséñese a dominar las inclinaciones y a someter el apetito a la razón. Hágase la mente lo más sensible que se pueda al elogio y la reprobación y entonces se habrá instilado un verdadero principio que no se compara con el miedo a la vara, y que será el cimiento donde luego apoyar los más grandes principios de la moralidad y la religión.

NOTA:

1.Se llama inmanentismo. a toda doctrina o actitud que de alguna manera se cierra a la -> transcendencia, es decir, a la relación con lo «otro», porque cree que el sujeto encuentra lo «otro» en sí mismo de una forma equivalente. De este modo, en aras de una «interioridad» mal entendida o de un compromiso intramundano, el i. destruye la auténtica actitud religiosa, que es la aceptación de un Dios adorado como el totalmente otro y un dejarse sorprender con gratitud por la siempre insospechable novedad de la acción de su gracia en la historia.

Formas de inmanentismo. Generalmente se distingue el inmanentismo gnoseológico, según el cual el conocimiento humano sólo puede alcanzar lo pensado, pero no el -» ser de sus contenidos; y el inmanentismo metafísico, que no admite a Dios como el totalmente otro, más allá del mundo. Ambas formas se han desarrollado sobre todo en la filosofía moderna por la hipertrofia del concepto de inmanencia, radicado originariamente en el pensamiento cristiano.

En el inmanentismo gnoseológico, que por lo demás sólo tiene una importancia mediata para la teología, hay que incluir también la doctrina del conocimiento religioso del -> modernismo, en cuyo círculo parece que surgió por vez primera la palabra inmanente. Descansa esta doctrina en el grado de reflexión filosófica alcanzado con Descartes y Kant, según el cual el conocimiento tiene que habérselas originalmente sólo con los contenidos del pensamiento, que en cuanto tales, estarían ampliamente condicionados por el pensar mismo, de manera que en adelante el objeto de la investigación filosófica deberían ser las estructuras necesarias («transcendentales») del pensamiento mismo. El modernismo trató de escapar al -> agnosticismo radical por medio de una teoría psicológico-vitalista del conocimiento religioso: en lugar de verdades transcendentales y normativas, aparece ahora como norma «la religión», una fuerza impulsiva y vital que se encuentra dentro del hombre; mediante la -> reflexión sobre sus necesidades el ser humano experimenta «lo divino» como el lugar de su posible satisfacción. «Impulsados por nuestra necesidad de fe en lo divino» (programa del modernismo), podemos percibir ciertos hechos históricos como ineludiblemente necesarios para la experiencia religiosa y «elaborarlos» de acuerdo con esto; de donde resulta el progreso del conocimiento de la fe y de las formulaciones dogmáticas. Por consiguiente, la esencia de este inmanentismo consiste en trocar la auténtica relación religiosa de dependencia por una dependencia del «Dios conveniente para nosotros» desde el punto de vista de la necesidad religiosa humana; una inversión que germinalmente se da siempre que la aceptación de verdades religiosas o el cumplimiento de unas prácticas impuestas se hacen depender de un «a mí me dice algo».

 El inmanentismo metafísico apenas existe hoy en su forma propiamente panteísta, porque no se admite el supremo bastarse a sí misma de la realidad mundana. Por el contrario, ha experimentado mayor difusión el inmanentismo. histórico, que no conoce un más allá de la historia y del tiempo del mundo, sino que pretende que el sentido y objetivo (si se dan) de la -~ historia e historicidad sólo se realizan dentro de ésta; así el -> marxismo, que anhela el tiempo final de salvación mediante el salto dialéctico entre las diferentes manifestaciones de la única realidad; así también cualquier tipo de -> evolucionismo, en cuanto que considera la evolución (tal es el caso de Teilhard de Chardin) no como el impulso hacia una meta establecida ya para siempre de antemano, sino como un despliegue de aptitudes germinales; y, finalmente, toda negación teórica o práctica de la -> inmortalidad.

Indicios de semejante inmanentismo se encuentran en el ámbito cristiano siempre que la aportación salvífica de los signos cuasisacramentales ejemplo, la fraternidad, de la comunidad congregada para la eucaristía, de la predicación de la palabra de Dios) se exagera hasta el punto de echar en olvido su carácter manifestativo y su eficacia basada exclusivamente en una intervención gratuita, transcendente y libre de Dios. Con la creciente autosuficiencia del mundo técnico y la falta de sentido para las realidades metafísicas, consecuencia de una formación y actitud vital preeminentemente «positiva», en el futuro podría extenderse todavía más este inmanentismo histórico.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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